Este 27 de enero se cumplieron 65 años de la liberación, por parte de los veteranos del Ejército Rojo, de los prisioneros de Auschwitz-Birkenau, el mayor –y el único que permanece más o menos intacto- de los campos de concentración que construyeron los nazis para el exterminio masivo de judíos, pero también de otros diferentes: discapacitados, homosexuales, disidentes políticos.
En este gigantesco averno murieron alrededor de 1.1 millón de personas.

Para recordar aquella fecha, en diversos lugares del mundo se llevó a cabo la plegaria del “Kaddish”, la oración judía por los muertos, sin embargo, todos los credos–incluso el credo de los sin credo- tuvieron a su manera un instante para recordar que el hombre, en efecto, puede ser el peor depredador para el resto de los hombres.
El director del museo de Auschwitz advirtió que "pronto ya no podremos hablar mirando los ojos de los testigos vivos, porque hoy en día tienen más de 80 años".
Y cuando eso ocurra, "sólo quedarán los muros, las ruinas, que hablarán por ellos. Por ello es una necesidad urgente preservar lo que queda". Otros campos de exterminio nazis en Polonia, como Sobibor, Treblinka y Belzec, fueron completamente destruidos para borrar las huellas.
Hoy a 65 años de aquella fecha, todavía uno se pregunta cómo pudo suceder aquello.
Entrar en Auschwitz es sobrecogerse, abajarse a las miserias más atroces del ser humano.
Las ruinas de las cámaras de gas y los hornos crematorios, las ruinas de los 300 barracones que se extienden a pérdida de vista en un campo de unas 200 hectáreas, el olor que se percibe en el ambiente, un olor rancio aún, y que ahora convertido en museo, es visitado anualmente por más de un millón de personas, el mismo número de quienes ahí fallecieron.
Recorriendo sus paredes, uno trata de comprender qué impulsó a los dirigentes de las SS y de la Gestapo para orquestar la llamada ‘Solución final’, cuyo propósito era matar a once millones de judíos.
Pero la base de este objetivo hay que buscarlo en la ‘Operación eutanasia’ que se ocupó del asesinato de enfermos, lisiados, y retrasados mentales alemanes judíos o no, era una operación en contra de los diferentes.
Esta operación fue interrumpida oficialmente a mediados de 1941, y sus hombres, con experiencia en el asesinato mediante gases, se incorporaron a las filas de la ‘Solución final’.
Uno se estremece al evocar cómo salían los prisioneros de esos campos: desnutridos, enfermos, marcados y, lo que causa un mayor estupor, es recordar que salían avergonzados, avergonzados de haber sobrevivido a un lugar en donde sus hermanos, sus padres, sus hijos, sus amigos, sus conocidos y sus desconocidos habían perecido.