
En la región no existen campamentos de refugiados y la población camerunesa y centroafricana coexiste pacíficamente. Los refugiados que han estado llegando a la región huyen de los secuestros y las matanzas que llevan a cabo bandidos y grupos armados provenientes de diversas organizaciones militares disueltas y de las fuerzas rebeldes que huyen del conflicto armado en el Chad, que limita por el norte con la República Centroafricana.
Comunidades frágiles
Los refugiados, que pertenecen en su mayoría a la etnia mbororo, que habita a ambos lados de la frontera en toda la región, son nómadas, y en circunstancias normales practican la ganadería. Históricamente, los mbororo han cruzado constantemente la frontera entre el Camerún y la República Centroafricana en busca de las mejores tierras de pastoreo para su ganado.
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Debido a que los refugiados tienen un conocimiento íntimo del terreno y las aldeas de la región, su integración desde que comenzaron a llegar de la República Centroafricana ha sido relativamente fácil. Por lo general, no viven en campamentos sino que conviven con la población local. Los generosos cameruneses han compartido con ellos todos sus recursos, incluso la tierra, los alimentos, el agua y sus escuelas.
"El gobierno del Camerún ha demostrado una asombrosa hospitalidad para con los refugiados", explica Ora Musu Clemens, Representante de UNICEF en el Camerún. "Las fronteras continúan abiertas y los pobladores de la República Centroafricana son recibidos con los brazos abiertos y pueden refugiarse aquí. Sin embargo, se trata de comunidades de por sí muy frágiles".
Los recursos exigidos
Cinco años después de que comenzaran a llegar los refugiados, el proceso de integración en las comunidades anfitrionas se sigue desarrollando con normalidad. Sin embargo, el flujo de nuevos pobladores a la región impone exigencias enormes a los recursos disponibles.

"La situación ha llegado a un nivel alarmante, aunque muy pocas personas se percaten de ello", explica la Sra. Clemens. "Se trata de una situación de urgencia a la que se le presta muy poca atención, y por eso es que hablamos de una situación de emergencia silenciosa".
Los mbororo, que tradicionalmente dependen de la ganadería para su subsistencia, se encuentran ahora instalados en comunidades agrícolas. Muchos han perdido parcial o totalmente su ganado y se ven obligados a alimentar a sus familias con los suministros que reciben mensualmente del organismo de ayuda a los refugiados de las Naciones Unidas.
Aumenta la desnutrición infantil
Absatu, una madre centroafricana refugiada, se aloja desde hace algún tiempo en el centro de nutrición terapéutica de Djahong, una localidad ubicada a unos 100 kilómetros de la frontera entre el Camerún y la República Centroafricana. Absatu llevó al centro a su hijo mayor, un niño de cinco años de edad que aparenta ser mucho menor, porque estaba tan desnutrido que ni siquiera podía caminar.
"Mi marido viajó ... hace casi un mes para tratar de vender las pocas vacas que nos quedan", explicó la mujer. "Cuando regrese, el dinero que haya obtenido nos alcanzará para vivir una semana, quizá dos. Luego volverá a irse, y yo tendré que hacerme cargo de las necesidades de mi familia. Y no hay suficiente comida".
El caso de la familia de Absatu es frecuente. Los mbororo carecen de ingresos para comprar alimentos y otros artículos de primera necesidad. Y como a pesar del notable incremento de la población la producción agrícola de la región no ha aumentado, se registran niveles cada vez más elevados de desnutrición infantil, tanto de los niños refugiados (del orden del 20%) como de los niños y niñas de las comunidades anfitrionas.
"Recibimos cada vez más pacientes cameruneses", señala el Dr. Dzudjo Pierre, que dirige un programa de diagnóstico y tratamiento de la desnutrición en Garoua Boulai. "Cuando pusimos en marcha el programa, estaba dirigido a los refugiados centroafricanos, pero con el correr del tiempo descubrimos que la población camerunesa también sufre ese problema".
Limitaciones en materia de establecimientos escolares
Para las familias refugiadas, la pérdida de sus pautas de vida tradicionales conlleva la necesidad de adaptarse a la vida en las aldeas, lo que incluye la asistencia a clases de los niños y niñas mbororo.
En 2008, el número de alumnos que asistía a clase en las escuelas del Camerún oriental casi se duplicó, y fue necesario hacer lugar para los niños y niñas de las familias refugiadas en las aulas de por sí superpobladas. A pesar de ello, unas dos terceras partes de los 28.000 niños y niñas centroafricanos refugiados aún no van a la escuela.
"Antes teníamos unos 150 alumnos", cuenta Gilbert Nouab, Director de la Escuela Primaria Manju, en el Camerún oriental. "Ahora hay más de 300". El Sr. Nouab agrega que hay muchos niños y niñas más que desean ir a la escuela, pero que eso no es posible. "Dicho simplemente", comenta, "no contamos con las instalaciones necesarias".
La Federación Internacional de la Cruz Roja ha ofrecido colaborar con el pago de las matrículas escolares de los niños cuyas familias no puedan hacerlo. Sin embargo, si todos los niños en edad escolar pudieran acudir a clases, no habría suficiente lugar para recibirlos. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y UNICEF han prestado ayuda para aumentar la infraestructura del sistema escolar, pero los recursos disponibles aún son insuficientes.
La necesidad de ayuda internacional
Los niños refugiados en el Camerún confrontan también otros obstáculos, como las bajas tasas de inscripción de los nacimientos, el aumento de la explotación sexual infantil y el matrimonio y el embarazo a edad temprana.
Por otra parte, hace tiempo que la comunidad internacional no presta suficiente atención a las necesidades urgentes de ayuda humanitaria de esa región económicamente deprimida. Ante esa situación, UNICEF y sus aliados -entre ellos el ACNUR, el Cuerpo Médico Internacional y la Federación Internacional de la Cruz Roja- hacen todo lo que está a su alcance con los recursos de los que disponen.