Desde hace un cuarto de siglo, un promedio de 1,000 japoneses y ciudadanos de otros países se embarcan cada año en un singular crucero que viaja por Asia y por el mundo con un mensaje pacífico: a bordo del “Peace Boat”, los pasajeros aprenden idiomas, cultura de paz y activismo en diversas áreas, para luego visitar y llevar ayuda humanitaria a lugares que viven o han vivido la crueldad de la guerra.
Esta iniciativa japonesa, completamente autosustentable, comenzó con un grupo de estudiantes que querían recuperar la memoria histórica, y evitar repetir los errores del pasado. Hoy, tras 25 años de travesías, el “Barco de la Paz” sigue firme en navegar hacia su destino, y el capitán y su tripulación desafían las olas sociales, con el sueño de poder gritar un día: ¡paz a la vista!
Texto:
Cristina Ávila-Zesatti – Corresponsal de Paz
Fotografías: Cortesía de Peace Boat
“…
Por un instante, vi una enorme luz, tan intensa, que pensé que el sol había literalmente caído sobre nosotros… perdí la consciencia y al recuperarme, noté que estaba a 20 de metros de la ventana donde me encontraba… como estábamos en guerra, intenté practicar el entrenamiento que habíamos recibido para, en caso de bombardeo, tapar nuestros ojos con los dedos índice y medio para evitar que se salieran las córneas, tapar mis oídos con el dedo pulgar, y tirarme boca abajo para evitar que nuestros órganos saltaran fuera del cuerpo”

Fumiko Hashizume tenía 14 años y el destino quiso que estuviera parada frente a una ventana en una casa de Hiroshima, cuando Estados Unidos lanzó sobre esa ciudad todo el poder de un arma hasta entonces desconocida: el “Little boy”, nombre con que se bautizó a la primera bomba atómica usada con fines militares.
Su onda expansiva desintegró más de 5 kilómetros a la redonda, y el viento alcanzó temperaturas de 500º centígrados, todo, en apenas 5 mortales segundos. Los relojes se detuvieron ese 6 de Agosto de 1945, a las 8.16 de la mañana.
Fumiko, sin embargo, sobrevivió a lo imposible, por eso, hoy es una “Hibakusha”, el término japonés para llamar a quienes vivieron para contar lo que ahí ocurrió: “
Vi a gente quemada, sin rasgos humanos, con la piel colgando, las cuencas de sus ojos vacías, o con sus órganos en las manos, intentado vanamente volverlos a su sitio… no había llantos o gritos, sólo había silencio… y fantasmas”
El relato de Fumiko es largo, aterrador y por momentos parece salido de la peor fantasía… y precisamente, quizá porque la memoria es dolorosa, o tal vez porque resulta más conveniente olvidar, o quizá porque el tiempo y su paso todo lo borra, lo cierto es que –igual que han hecho otros países- Japón fue poco a poco “reinventando su historia”, haciendo a un lado el dolor sufrido, y omitiendo convenientemente, el dolor causado.
Salir de Japón, para conocer la verdad japonesa
En 1983, casi 40 años después de la barbarie nuclear y la total rendición japonesa, un grupo de estudiantes quiso conocer la verdadera historia de su país, y decidió que eso sólo sería posible viajando a otras latitudes para escuchar las partes de una realidad que les habían contado a medias.
Yoshioka Tatsuya tenía entonces 23 años, y junto con algunos amigos, alquilaron un barco para viajar por diversas naciones de Asia: “Era una idea sencilla, nuestros libros de texto estaban censurados, y nosotros queríamos saber la verdad sobre las invasiones japonesas a otros países, y lo que habíamos hecho antes y durante la 2ª Guerra, fletamos entonces un barco y nos hicimos a la mar, hacia los territorios que antes habían sido nuestros enemigos”
La idea era sencilla, sí, pero sumamente poderosa. Yoshioka Tatsuya tiene hoy 48 años, y es uno de los fundadores y el actual director del “Peace Boat” (Barco de la Paz), que nació precisamente con aquel primer viaje de reconciliación asiática, capitaneado por un grupo de universitarios que salieron en busca de la verdad, y se encontraron estrechando lazos y relaciones con países que tenían su propia versión, y habían vivido sus propias tragedias.

“Nunca imaginamos lo que nos esperaba. Descubrimos que en el barco se crea un espíritu especial de convivencia y también vimos que acercarnos a la gente de otros países nos ayudaba a comprender no solamente la propia historia, sino a entender las otras realidades, entonces quisimos que otras personas tuvieran esta oportunidad, esta experiencia, por eso creamos el
Peace Boat”, dice Yoshioka, cuya iniciativa lleva ya 25 años repitiendo y perfeccionando la vivencia de la paz en altamar.
Hoy, en la organización y logística de aquella primera “sencilla idea estudiantil”, ya están involucrados más de 70 personas de diversas nacionalidades, que trabajan en 8 delegaciones japonesas y una oficina en Ginebra, Suiza.
Cada viaje cuenta con por lo menos 50 voluntarios y traductores, y el número de sus pasajeros oscila entre 900 y 1,000 personas, quienes durante la travesía, pueden asistir a talleres de educación para la paz, turismo sustentable, derechos humanos, ecología, clases de idiomas y espectáculos multiculturales.